Año 7 - Edición semanal - ISSN 2422-7226

De ¨puño¨y letra patagónica es el nieto recuperado 114

ISSN 2422-7226

Caleta Olivia, 01/09/2014. Una historia e identidad que deberíamos transmitir en la escuela. 

Cañadón Seco.  Hace un par de años esta área periurbana de Caleta Olivia, comenzó un proceso de ordenamiento de su Comisión de Fomento inédito. Entre todos los aspectos la historia y la identidad no fue silenciada por sus autoridades.  Con el  nombre Oscar Walmir,“Puño Montoya” , se bautizó una imagen de un joven rostro Patagónico que develó ser parte de una historia de un pueblo petrolero que tuvo que verlo partir hace más de 30 años. Hoy reflexionamos sobre esa historia, que entre la lucha y el dolor, en  el año 2014 pudo parir un final  que trajo el fin de la aflicción de una abuela patagónica, que en silencio volvió a abrazarse con su nieto este fin de semana.

 

Esta ciega mi mirada sin tu luz

El día de 05 agosto del 2014, no será nunca un día más en la historia de nuestro país, ni de nuestra Patagonia, es que después de 36 años de lucha silenciosa  y de buscar en la oscuridad el Nieto 114 fue recuperado! Entre un sinfín de emociones encontradas, una inquebrantable ansiedad y de  cuerpos temblorosos confundidos entre el miedo y una alegría inconmensurable de sus familiares es que “Guido Montoya Carlotto” recorrió un largo camino de regreso a casa, al encuentro de su sangre, de sus raíces y al derecho de conocer su identidad en apenas un instante le cambio la vida a muchos.

Es que gracias a la lucha incansable de sus seres queridos, de su familia y de un pueblo el músico Ignacio Hurban, quién había sido criado en un campo en Olavarria provincia de Buenos Aires, bautizado como “Guido”  por su madre en cautiverio después de tantos años al fin había  encontrado una inesperada verdad. Su padre se llamaba Walmir Oscar “Puño Montoya”, su madre Laura Carlotto, ambos jóvenes militantes de La Plata, rebeldes que en sus años de juventud fueron secuestrados, torturados y asesinados; y que fruto del amor, porque como lo recuerda su hermano Jorge: “Puño fue amor y pasión” concibieron con Laura un hijo que, gracias a las investigaciones científicas y a los hallazgos de los antropólogos forenses, pudieron determinar su verdadera identidad.

A diferencia de lo que estaba acostumbrado, Ignacio tenía una familión tanto por parte de su padre y madre, se reencontró con sus abuelas, tíos, sobrinos, primos; destacando en este lugar a sus abuelas, Estela de Carlotto, Titular de Abuelas de Plaza de Mayo y Hortencia Ardura, una antigua pobladora de la ciudad de Caleta OIivia que con 91 años de edad le expresó a su familia “a mi Dios me dio larga vida para poder conocer a mi nieto”; ambas mujeres han sido docentes en sus años activos, pero además han sido educadoras de una generación de madres y abuelas que enfrentaron a un régimen militar, que desde el silencio y la militancia han pedido justicia por sus hijos, han llorado dolores que simbolizan el de un pueblo y han esperado para abrazar a su nieto y así seguir enseñándonos que a pesar de un pasado feroz, aún es posible encontrar una luz, después de tanta oscuridad.

 

Un pasado feroz

Allá por el año 1977… “Puño Montoya”, quién había nacido en el Hospital Alvear de Comodoro Rivadavia, hijo Doña Hortencia, único  hermano de Jorge Montoya, criado entre el viento y el sacrificio de una comunidad que se forjaba a la sombra de la actividad petrolera, con la juventud en su cuerpo y con toda una vida de ideales y sueños por delante,  partió hacia La Plata con la misma bandera que hoy su familia levanta por él “Respeto y cuidado”; en esos años de plomo conocería a quién con los mismos sueños le daría su único hijo, y que además lo tendría como protagonista de un destino igual de despiadado del que fueron víctimas miles de jóvenes,  durante la última dictadura militar.

“Puño” era un chico rebelde, un músico, un bohemio… es recordado con cariño y dolorosa verdad, estudio en la escuela primaria de Cañadón Seco y finalizó sus estudios secundarios en la Escuela Industrial de Caleta Olivia, una escuela técnica que por aquellos años formaba a los alumnos para que se dispusieran a trabajar en el petróleo, actividad que por aquellos años auspiciaba bienestar y tranquilidad para toda la familia Ypefiana; pero para “Puño” la vida era otra cosa, era lucha… dónde la utopía cotidiana consistía en accionar para que sus hijos tuvieran un futuro de democracia y libertad de soñar.

 

Defender el derecho a la identidad

Se pude decir que la necesidad de la identidad se relaciona con una representación, quizás con esa imagen que tienen los otros sobre nosotros y de como nosotros gracias a eso ocupamos una posición dentro de la sociedad. Los  banner que la Comisión de Fomento había levantado con la figura de  “Puño”  Montoya,  tal vez seguirán sin tener mayor significado en los jóvenes de la escuela local de Cañadón Seco, si este milagro de la recuperación de identidad no hubiera alcanzado tal revuelo nacional    ¿Cómo un hecho de nuestra historia reciente puede estar a la vez tan cerca y tan lejos de nuestros jóvenes de hoy?  Y si la identidad es aquello que nos proyecta hacia el futuro, un futuro de democracia ¿Cómo sienten nuestros jóvenes que son el futuro esta noticia extraordinaria?. Si hace apenas semanas, salimos a raudales a alentar a nuestra selección nacional cuando llegaron a una final del mundo después de tantos años, es que después de tantos años como en el mundial del ’78 mientras las madres comenzaban con su lucha, otro tanto se mantenían en su propio estado de comodidad, con una indiferencia tan cercana a la palabra muerte.  Casi sin darnos  cuenta este encuentro, esta historia de Cañadón con Buenos Aires, nos mete en la historia nacional  y somos capaces de entender y emocionarnos. Guido  encontró el camino de regreso a su hogar, a su historia y a su identidad. Y de ese “Sufrimiento de tanta emoción junta” después de 36 años el destino falló a favor de los que esperan, de los que luchan no alcanzaran jamás las palabras para expresar un sentimiento que tenga nombre alguno que puede transmitir tantos años de ausencia, pero que a la vez dejan un mensaje de esperanza, un mensaje alentador: gratitud.  La pregunta obligada ¿seremos capaces de enseñar esta historia en nuestra escuela para que no sea sólo un ejemplo mediático?

Por Melva Rodríguez para Observador Central

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