Año 7 - Edición semanal - ISSN 2422-7226

Vida, pasión y enseñanza  

ISSN 2422-7226

Durante los días 29, 30 y 31 de Octubre, la ciudad de Mar del Plata se vistió de gala una vez más para recibir a centenares de Docentes, Investigadores y futuros educadores, quienes han sido partícipes de las VIII Jornadas Nacionales y I Congreso Internacional de Formación Docente. Una de las actividades centrales consistió en un panel titulado “Conversación a cuatro voces: vida, pasión y enseñanza”. A continuación desarrollaremos, a partir de retomar las palabras de las mismas protagonistas del panel, algunos de los puntos centrales que se han tocado sobre esta temática tan relevante para reflexionar sobre la práctica docente en nuestros días.

¿De qué hablamos cuando hablamos de Pasión? [1]

Cecilia Colombani[2]: En primer lugar, me parece pertinente pensar el concepto de “vida”. Pensarlo muy en el sentido aristotélico del “bios”, es decir como un continuum y no como un hecho aislado. Por lo tanto entender este juego de la “pasión”, es entender la pasión en la vida. Y entonces pensar en una “vida apasionada”, en una continuidad de pasión. No en el hecho aislado de un congreso, de un papper, sino de una verdadera práctica de la pasión como una continuidad. En segundo lugar, pensar en el propio concepto de “pasión”, y pensarlo en el sentido griego: ver el concepto de “pathos” griego, que quiere decir sentimiento, quiere decir afección. La única posibilidad de la pasión es verse afectado. En la medida en que ganemos el combate contra los narcóticos colectivos, en la medida que podamos conjurar el efecto narcotizante de las tecnologías y tantas otras cosas, vamos a poder seguir sintiéndonos afectados, y por ende, apasionados..

Alicia Villagra[3]: En función de los avances teóricos sobre este tema, recordamos que la pasión está definida como un compromiso moral y emocional, como una fuerza motivadora, como una energía convocante y amarradora de un “otro”. Estamos conectados por un deseo de compartir un conocimiento. Y esta conexión se transparenta por el disfrute, por el placer, por el interés, por la fascinación, por la creatividad de ver cómo puedo comunicarme con ese otro. Y es interesante advertir que todas estas notas connotan “vida”, y como decía una colega, la pasión re-vitaliza. Sería una cuestión de re-vitalización de la construcción compartida del conocimiento…

Reconocer al “otro”, el primer paso para enseñar:

Cecilia Colombani: A mí me parece que hay algo del orden de lo antropológico en el hecho educativo. No podemos enseñar con pasión si no hay previamente reconocimiento del otro, como un “otro”. En el aula hay algo no solamente de la voz, sino también de la presencia de los cuerpos, que acompaña mi propio cuerpo, y que genera una cartografía antropológica particular. Dispuestos en el espacio están esos cuerpos que interactúan. Entonces, el reconocimiento del otro es “descubrir” al otro: des-cubrir, de algún modo, sacarle la cobertura que la cosa cotidiana invisibiliza. Invisibiliza los cuerpos, invisibiliza las voces. Estamos muy apurados, por lo tanto, dar clases y reconocer al otro es una forma de detener ese tiempo cotidiano, ese tiempo que no me permite descubrir al par. Esa acción implica descubrir a quien (o con quien) se puede co-gestionar un espacio de convivialidad, y los espacios de convivialidad son escasos. En una era donde hay una enorme facilidad de la comunicación, yo no sé si estamos realmente comunicados.

El aula sigue siendo ese espacio de micropoder, en términos foucaultianos, que permite alguna transformación posible. Para que nos podamos transformar mutuamente, afectar mutuamente, el primer punto es el reconocimiento, el mutuo reconocimiento. Sin este reconocimiento no hay transmisión, no hay enseñanza posible, habrá algún extraño mecanismo de alguna otra cosa pero no de transmisión afectiva de algún conocimiento posible…

Alicia Villagra: Yo pensaba, mientras escuchaba a la colega, que esos “otros” están allí en el aula en una situación de espera. A mí me gustaría resaltar ese sentido de la espera. Esto de la espera es que ese otro me está aguardando, está esperando mi llegada para que se produzca algo. Y que en un sentido obvio didáctico, es aquella magia de la posibilidad de aprender. Entonces me ha hecho pensar, cuando hablaban, que realmente habría que preguntarse cómo concurro al encuentro con el otro, y en ese sentido me tendría que hacer muchas preguntas… Entre ellas, si concurro como “gallita ciega”: pensando que los que me esperan son como los de siempre; o concurro motivada, expectante como si concurriera por primera vez para descubrir quiénes son, para respetar esa heterogeneidad, para poder ver o intentar descubrir día a día en esa convivencia, sus posibilidades y sus limitaciones. Entonces, aquí está la cuestión me parece, porque el sentido otorgado a ese encuentro es lo que me habilita o me desafecta para tematizar la pasión por enseñar.

En este punto que estábamos reflexionando sobre cómo es el encuentro de ese otro que me espera, recordé la descripción que una colega me dijo de la docente que la dejó muy marcada, y acá la tengo textual: «Mi profesora enseñaba con tanta pasión que convertía la clase en primavera. Todo florecía naturalmente. Se comunicaba de tal manera que re-nacíamos. Nos hacía sentir que dedicaba la clase a cada uno de nosotros»…de este poético recuerdo me quedé fundamentalmente con la imagen de la celebración, de la festividad de ese encuentro…

Cristina Piña[4]: Estaba escuchando atentamente, y coincido con mis colegas en todo lo fundamental, pero también lo veo desde otra perspectiva. Yo quiero hablar de la importancia que tuvo para mí el teatro en relación con la clase. Como decían, uno pone el cuerpo en clase, y si algo caracteriza al teatro es que el actor pone el cuerpo. Yo creo que es lo que uno tiene que buscar, poner el cuerpo para que el otro cuerpo aparezca, pero cómo va a aparecer el cuerpo si acá parece una especie de cabeza, que lo único que hace es heladamente dar información. Y yo siempre he distinguido que si el acto de enseñar no implicara el cuerpo, la pasión, el afecto, ¿para qué damos clase? Démosle una pila de bibliografía, pasemos unos power point y listo, no servimos…Y justamente la enseñanza es el punto mágico a partir de lo cual hay cuerpo, intelecto, afecto, escucha al otro. Apareció la palabra mágico, porque uno siente que esta compartiendo, se da esa conexión profunda: sabemos que estamos dando algo, que lo está recibiendo y que rápidamente uno empieza a sentir que el cuerpo responde, con preguntas e intervenciones; las cuales si no se producen espontáneamente uno lo tiene que producir.

La academia que nos ha tocado vivir, ahora está descubriendo alternativas tecnológicas que pueden ser fascinantes y maravillosas. Pero también tiene la gran trampa de hacernos desaparecer, una pantalla no somos nosotros. Como decía Cecilia, el aula es un espacio de poder, lo que ocurre es que al poder hay que saberlo ejercer. El poder no es poder político, sino que es un poder que hay que manejarlo como un micropoder de contacto. Ese poder debe buscar remover al otro, sobre todo para que no sea un calco de uno mismo, uno no quiere calco, quiere que el alumno haga su ruta…

El “narcisismo epistémico”, un enemigo de la pasión:

Cristina Piña: Yo he pasado por una universidad en la cual la razón nos convirtió en una especie de máquina, que respondiera a planificaciones y que el afecto se lo guardara. Si el afecto no está presente, no hay ninguna posibilidad de comunicación. Nosotros pasamos de una universidad que era una maquina de humillar al alumno, que fue la de la dictadura, y pasamos a la democracia, la normalización, etc. Y ahí caímos en otra trampa, la del investigador: «investigue doctor, investigue», ¿y la enseñanza? Se mandó a un lugar tan secundario a la enseñanza y al acto de enseñar, que el resultado es la multiplicación de los papper…

Alicia Villagra: Yo me pregunto si estas clases que revitalizaban, que contagiaban tanta pasión eran a la que estaba acostumbrada en las clases universitarias, porque en los itinerarios cotidianos no vi tanto esa cosa. Recordé a algunos profesores que me decían «Yo no sé qué pasa, yo tengo tanta pasión por enseñar y preparar el objeto, y estos alumnos de hoy no aprenden». Recordé esa imagen de aquellos profesores que tienen un dominio casi de erudición del conocimiento, pero que asumen en la clase una forma de transmitir a la manera del discurso del amor lacaniano. Y en esa forma del amor lacaniano se trata de recursos cerrados, acabados, sin dejar “velitas abiertas”. De laguna forma genera un pertrechamiento de la pregunta, y así genera una prohibición del diálogo, una invisibilización del otro. Genera que el otro sea un colectivo que como no está en el aula, solamente abro el oído para escucharme. Hay un meta discurso en esas clases donde se dice «yo lo sé todo, ustedes no saben nada». Aún sin constatarlo, en tanto no hay pregunta y partiendo de una supuesta ignorancia del otro. Increíblemente hay profesores de esos que hasta son admirados, recuerdo una clase de alguien que me dijo: «este profesor sabe tanto, pero sabe tanto, que es imposible para nosotros entenderlo».

Lo más grave es que viola el deseo de aprender de ese otro, que esta invisibilizado porque en ese deseo de darlo todo, aparentemente para el otro, se lo da para sí. Olvida e ignora que solo se desea aquello que falta. Se trata de clases, yo diría, que al no tener vida, son clases frígidas, clases frías, clases tristes, clases absolutamente impersonales, atravesadas por una especie de autismo epistémico. Y en tanto signada por la muerte de la palabra del alumno, son visitadas habitualmente por un señor que entra mucho a esas clases, es el señor Aburrimiento…

Reflexionar sobre la pasión en la enseñanza, un acto de resistencia:

Cecilia Colombani: Yo felicito a este equipo organizador desde un lugar político. Los felicito desde el lugar de la resistencia política, pensando el concepto de lo político desde Foucault, y entonces pensar en cómo se resiste los poderes de dominación. Y la dominación parece ir por el lado de la conjura de lo afectivo, de la anulación de lo afectivo… porque frente a la frialdad del papper, que parece ser el nuevo catecismo de la academia, esta posibilidad de seguir escuchando los cuerpos, de seguir escuchando las narrativas, de seguir escuchando las voces en polifonía es definitivamente un gesto político, es definitivamente una resistencia política, y allí donde hay resistencia a los modelos de dominación yo apasionadamente los sigo celebrando…

Alicia Villagra: Yo querría cerrar este panel con “Mar de Fueguitos” de Galeano: “Un hombre del pueblo de Negua, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso – reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”. Que la pasión por enseñar encienda las propias pasiones de “otros” por aprender…

Por Mauro Guzmán para Observador Central.

Estudiante avanzado del Profesorado en Ciencias de la Educación-Becario de Investigación del Instituto de Trabajo Economía y Territorio (ITET) de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, Unidad Académica Caleta Oliva
[1] La transcripción del discurso de cada expositora está organizado cronológicamente de manera arbitraria en función de la estructura que ha sido pensada para este artículo. Es decir, el orden en el que están presentadas las palabras de cada una no responde a la dinámica que se dio durante el panel. 
[2] Doctora en Filosofía
[3] Doctora en Ciencias de la Educación
[4] Magister en Pensamiento Contemporáneo
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