Año 7 - Edición semanal - ISSN 2422-7226

Tengo un impostor en casa, el loro Pepo

ISSN 2422-7226

Año 5 / Edición XXXVIII / Caleta Olivia / 30-10-2020 / ISSN 2422-7226

Por: Runachay Fauna

En artículos anteriores estuvimos hablando de pájaros y tortugas, los principales grupos animales traficados en Argentina. Hoy le llegó el turno a otro gran grupo de aves, también víctima del tráfico ilegal: los loros.

Estos animales pertenecen al orden Psittaciformes y a grandes rasgos podemos caracterizarlos fácilmente ya que todos tienen un pico curvo y bien robusto, y los dedos dispuestos de forma zigodáctila, es decir, que dos están dirigidos hacia adelante y dos hacia atrás.

Calancate cabeza azul (Thectocercus acuticaudatus) – Foto: Ana Tomba

Dentro de este orden encontramos aves conocidas popularmente como cacatúas, papagayos, catas y loros que habitan en regiones tropicales y subtropicales de todo el mundo. Estos animales viven principalmente en bosques y selvas. Se alimentan de frutos, hojas, semillas y raíces. Incluso existe una especie, el kea (Nestor notabilis), que habita las zonas de montaña en Nueva Zelanda y se alimenta a veces de carroña.

En nuestro país existen alrededor de 24 especies de loros, todas pertenecientes a la familia Psittacidae. Podemos encontrarlos en los bosques chaqueños del centro y norte del país, en las selvas del noroeste y noreste, en montes arbustivos y en bosques y estepas patagónicas.

Muchas de estas especies son claves para el equilibrio de los ecosistemas, como por ejemplo, la cachaña (Enicognathus ferrugineus) que se alimenta de los piñones de las araucarias. Algunos piñones son comidos parcialmente, pero siguen teniendo la capacidad de germinar, por lo que la cachaña sería un dispersor clave para la supervivencia de estos árboles en los bosques patagónicos.

En el noreste de nuestro país, el guacamayo rojo (Ara chloropterus) cumplía un rol similar al de la cachaña ya que se alimentaba de frutos y semillas de árboles nativos, consumiendo algunos y dispersando otros. Sin embargo, desde hace muchos años esta especie se considera extinta en nuestro país. La disminución de sus poblaciones se asocia a la destrucción del hábitat por el avance de la actividad ganadera y a la caza de estos animales para alimento y ofrendas.

Alrededor del mundo estas aves se enfrentan a numerosas amenazas, pero la más importante se relaciona con la pérdida de hábitat. Los psitácidos necesitan árboles para anidar y alimentarse, pero la creciente deforestación y los incendios intencionales mediados por intereses económicos de industrias agrícolas y ganaderas, como así también el avance de las ciudades sobre estas áreas, afecta el hábitat de dichas aves disminuyendo las opciones de refugio, la cantidad de alimento y la disponibilidad de sitios para anidar, y a su vez aumenta la competencia por recursos con otras especies. 

En segundo lugar este grupo se ve afectado por el tráfico de fauna: muchas especies son requeridas por el color de sus plumajes, otras se cazan para alimento o por afectar los cultivos, pero la gran mayoría es víctima del mascotismo ya que estas aves son consideradas unas de las más inteligentes y resultan muy atractivas como mascotas, incluso algunas pueden imitar palabras y otros sonidos.

El comercio ilegal de estas aves implica numerosos daños para el ecosistema del que se las extrae, en principio porque para alcanzar a los pichones, muchas veces se talan los árboles. Esto supone la pérdida de hábitat para otras especies que habitan en esos árboles, además de los loros. La extracción de pichones disminuye el número de individuos que viven en silvestría, lo que pone en riesgo a las poblaciones y por ende al rol que esa especie desarrolla en el ecosistema. Además, el traslado de los ejemplares capturados se realiza en condiciones en las que obviamente no se prioriza el bienestar del animal sino el hecho de evitar ser descubiertos por agentes de control. Se los transporta en tubos de PVC, botellas plásticas o amontonados en cajones, por lo que el traslado en general se da en condiciones de hacinamiento, escaso alimento y bajo temperaturas extremas, lo que hace que la tasa de supervivencia de los individuos sea muy baja: de 10 aves extraídas, sólo 1 sobrevive al traslado.

En Argentina, el psitácido más traficado es el loro hablador (Amazona aestiva). Este loro habita en los bosques chaqueños y selvas. Es de color verde con una característica mancha celeste en la frente y cara amarilla, además tienen las remeras centrales de color rojo y las restantes con las puntas azules. Esta especie se distribuye en varias poblaciones a lo largo del país y cada una de ellas ha modificado sus vocalizaciones, es decir han desarrollado -como nosotros- dialectos que les permiten diferenciarse regionalmente. Esa plasticidad a la hora de vocalizar lo convierte en un gran candidato para ser mascota, pero como ya comentamos anteriormente, esta especie no se encuentra adaptada a vivir con los seres humanos y puede llegar a sufrir en cautiverio. 

Como medida para evitar la extracción del loro hablador de su hábitat y las consecuencias que esto genera, se ha permitido su tenencia como mascota en algunas provincias del país, pero únicamente cuando los pichones provienen de criaderos habilitados y bajo el compromiso de que sean atendidos por veterinarios especialistas. 

Además de comercializarse en nuestro país, esta especie se comercializaba al exterior por lo que su demanda como mascota es muy alta a nivel global.

Loro hablador (Amazona aestiva) – Foto: Francis Merlo

El loro barranquero (Cyanoliseus patagonus), si bien no es tan popular como el hablador, también es víctima del mascotismo. Esta especie se distribuye a lo largo de varias provincias y climas de nuestro país, en la región Oeste y Centro desde Salta hasta Santa Cruz. Se caracteriza por tener el periocular blanco y el dorso de color verde oliváceo con vientre amarillo y mancha roja. Si bien se lo utiliza como mascota, en repetidas ocasiones y con varias especies de loros además del barranquero, suele suceder que los dueños se arrepienten de tenerlos como mascota porque pueden resultar demasiado ruidosos, entonces son liberados en áreas naturales en donde no se encontraban originalmente; así es como se han establecido poblaciones de barranqueros y habladores en las zonas más populares de Buenos Aires, por ejemplo.

Loro barranquero (Cyanoliseus patagonus) – Foto: Gabriel Orso

Otro integrante de la familia Psittacidae muy utilizado como mascota es la cata, catita, cotorra (Myiopsitta monachus). Un ave de plumaje verde en el dorso y gris claro en el vientre y pecho. Se adapta muy bien a los diferentes climas. Se alimenta de gran variedad de frutos y semillas y tiene de 5 a 8 huevos por nidada, siendo el único psitácido del mundo que construye nidos comunales. Estas características le permiten adaptarse a gran variedad de ambientes por lo que su distribución es cada vez más amplia, sumado a que la extensión de la frontera agrícola la beneficia por la gran cantidad de alimento que le brinda, a la vez que disminuye o elimina los depredadores naturales que podrían regular sus poblaciones. 

Por ser tan abundante, con nidadas tan grandes y por la facilidad de obtención de los pichones, adaptable a diferentes condiciones y su capacidad para imitar sonidos y palabras, es otro gran candidato para mascota. 

Si preguntamos, es muy probable que la mayoría de las personas que conocemos (o sus familiares, amigos o conocidos) tengan o hayan tenido alguna cotorra en sus casas como mascota. Las liberaciones intencionales o accidentales de estas aves favorecen su distribución en sitios que no forman parte de su rango original. Al tener tanta facilidad de adaptación a distintos ambientes, la cotorra puede convertirse en invasora donde no se encontraba originalmente, compitiendo con otras especies por el espacio y el alimento, llevando enfermedades a los nuevos sitios y generando conflictos con el humano. Es así que pueden observarse en libertad en Estados Unidos, Chile y algunos países de Europa, lugares donde se la considera especie exótica invasora. 

Cotorra (Myiopsitta monachus) – Foto: Gabriel Orso

A nivel global, 117 especies de las 327 que pertenecen al orden Psittaciformes se encuentran en categorías de conservación amenazadas. Sin embargo, en cada país la situación es particular, y especies como el guacamayo rojo (Ara chloropterus) que está considerada en estado de “preocupación menor” a nivel mundial (UICN), en Argentina se encuentra “críticamente amenazada” (UICN), y al no haber registros recientes se la considera extinta. Por suerte existen muchos proyectos que ayudan a estas especies en peligro, tanto en Argentina como en el mundo. Este es, por ejemplo, el caso de la reintroducción del guacamayo rojo en Iberá (Corrientes), un trabajo que está siendo realizado por especialistas de la Fundación Rewilding Argentina, con buenos resultados aparentemente. De hecho, hace unos días se dio a conocer el nacimiento de los primeros pichones de guacamayo rojo en silvestría en nuestro país, después de casi dos siglos. 

Es necesario que comprendamos la importancia que estos animales tienen para los ecosistemas, el daño que hacemos al extraerlos de sus hábitats es enorme y no sólo estamos afectando a esa especie sino a todas las demás especies de fauna y flora que interactúan directa e indirectamente con ella. La tenencia de animales silvestres como mascotas perjudica a los ecosistemas de formas que no siempre son evidentes a simple vista, debemos ser responsables a la hora de elegir mascotas para evitar problemas a futuro. 

Recordemos siempre que sin demanda no hay tráfico, y que a las aves es mejor disfrutarlas en libertad.

Fuentes consultadas: Guía para la identificación de las aves de Argentina y Uruguay. Narosky, T., & Yzurieta, D. (2010); Proyecto Iberá; CONICET.

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